domingo, agosto 31, 2008

Mudanzas

Cuatro años en la blogosfera, escribiendo desde varias lunas y al paso del ciempiés... Hora de mudar y cerrar voces antiguas. Poco a poco.

lunes, septiembre 25, 2006

No tenemos un lenguaje (Roberto Juarroz)



No tenemos un lenguaje para los finales,
para la caída del amor,
para los concentrados laberintos de la agonía,
para el amordazado escándalo
de los hundimientos irrevocables.
¿Cómo decirle a quien nos abandona
o a quien abandonamos
que agregar otra ausencia a la ausencia
es ahogar todos los nombres
y levantar un muro
alrededor de cada imagen.
¿Cómo hacer señas a quien muere,
cuando todos los gestos se han secado,
las distancias se confunden en un caos imprevisto,
las proximidades se derrumban como pájaros enfermos
y el tallo del dolor
se quiebra como lanzadera
de un telar descompuesto.
¿O cómo hablarse cada uno a sí mismo cuando nada,
cuando nadie ya habla,
cuando las estrellas y los rostros
son secreciones neutras de un mundo
que ha perdido
su memoria de un mundo.
Quizá un lenguaje para los finales
exija la total abolición de los otros lenguajes,
la imperturbable síntesis
de las tierras arrasadas.
O tal vez crear un habla de intersticios,
que reúna los mínimos espacios
entreverados entre el silencio y la palabra
y las ignotas partículas sin codicia.

© Roberto Juarroz. Imagen: Edward Munch

lunes, marzo 13, 2006

Nací para poeta o para muerto (Gloria Fuertes)

Nací para poeta o para muerto,
escogí lo difícil
-supervivo de todos los naufragios-,
y sigo con mis versos,
vivita y coleando.

Nací para puta o payaso,
escogí lo difícil
-hacer reír a los clientes desahuciados-,
y sigo con mis trucos,
sacando una paloma del refajo.

Nací para nada o soldado,
y escogí lo difícil
-no ser apenas nada en el tablado-,
y sigo entre fusiles y pistolas
sin mancharme las manos.

Gloria Fuertes

domingo, octubre 30, 2005

Si soñaras siempre, si amaras (José Hierro)

Si soñaras siempre, si amaras
olvidándote, abandonándote...
Pensaría por ti las cosas
dejando que me las soñases.
Con mi velar y tu soñar
el camino sería fácil.
Yo daría los nombres justos
a los sueños que deshojases.
Encontraría para ellosla voz que los encadenase,
la forma exacta, la palabra
que los llena de claridades.
Me acercaría hasta ti como
si fueses una orilla madre.
Y qué descanso dar al alma
sombras que el alma apenas sabe.
Yo no diría de ti: es mi fresca
raíz que de los sueños nace,
la música de mis palabras,
el hondo canto inexplicable,
la prodigiosa primavera
que en las hojas recientes arde,
el corazón caliente que ama
olvidándose, abandonándose.

Tú lo sabrás un día. Entonces
será demasiado tarde.

domingo, mayo 08, 2005

En la distancia (Josefina Aldecoa)

Hace unos meses leí La palabra escrita, de Mercedes Salisachs. La autora recordaba con un matiz de reproche que en sus comienzos le resultó difícil hacerse un hueco porque su situación social no era la misma que la de su generación literaria, “los niños de la guerra”. Hace falta leer el libro de Josefina Aldecoa para entender lo inevitable de aquel matrimonio entre crítica social y literatura:

Al llegar a León me enteré enseguida. Mi profesor de la Escuela Preparatoria había sido fusilado. Acusación: tratar de politizar a los alumnos. Nos leía a Lorca, a Machado, a Alberti, a Juan Ramón. Por primera vez comprendí que sí, que la cultura tenía que ver con la política y que, en determinadas circunstancias, la cultura era peligrosa(...).

Aquella muerte injusta y brutal marcó un punto de imposible retorno. Un infantil “antes” durante el cual la política era un asunto de mayores. Y un “después” que me implicó directamente”.


Hoy en día se aboga por disociar literatura y crítica social; estoy de acuerdo en que una cosa es la ficción y otra el artículo de opinión o la columna. Deja una sensación de estafa leer un cuento o una novela para descubrir que lo único que el autor quería era adoctrinarnos. La literatura es solo lenguaje, pasión por la palabra. Aun así, es evidente que escribimos lo que somos y determinadas posturas nos resultan más o menos afines. Me quedo con la reflexión de Aldecoa:

La historia nos condiciona. Nacer, vivir la infancia y la juventud en una u otra circunstancia histórica influye decisivamente en nuestra actitud ante la vida, en nuestra fobias y filias.

Somos lo que somos porque no nos queda otro remedio, y eso debería bastar para respetar todos los planteamientos y no encasillar o negar a alguien por su actitud ante la vida.

miércoles, abril 20, 2005

Un amor pequeño (Alejandro Gándara)

Acabo de terminar una novela de las que dejan una capa sobre la piel, como la humedad que se posa al llegar a una ciudad con mar. De ésas que luego regalas a los amigos, y les preguntas ansioso cada día qué tal, y te responden con media sonrisa porque tal vez el sentirse así atrapado por un puñado de letras tenga mucho que ver con cada uno. Una capa de las que cuesta desprenderse, que hace difícil por unos días empezar otra novela.

Desde el primer momento es fácil meterse en la piel del narrador protagonista, acompañarle en cada uno de sus pasos y pensamientos. Una atmósfera creada aparentemente con sencillez, que en realidad es el fruto de una trama bien urdida. Un lenguaje fácil, pero cuidado en cada frase. El comienzo:

Voy en un tren nocturno de Madrid a La Coruña, son las dos y diez de la madrugada, en la ventanilla hay una cara blanca contra la noche, estoy solo en el compartimento y pienso en lugares en los que uno se queda solo, como un cuarto de hospital o la sala de espera de un abogado. El traqueteo es el ritmo al que se acerca lo que tiene que pasar.

El protagonista es un hombre de cuarenta y cinco años; pero el autor habría conseguido que nos identificáramos también con un gato o un olmo. Palabra. Sentimientos que se expresan sin necesidad de nombrarlos:

Luego vino una sesión de silencios. El ventanuco era el de una mazmorra, los archivadores metálicos se habían acercado a la mesa, en las paredes había inscripciones de antiguos prisioneros, la luz del día era algo con lo que soñar.

Madejas que se van desenroscando poco a poco, hasta ser recogidas con el mismo mimo. Ni siquiera el final está precipitado; podría haberse quedado en la clausura facilona pero todo encaja con la precisión de un reloj suizo. El único esfuerzo que he hecho ha sido por cerrarla antes de dormir. Ni siquiera cerrarla al bajar del autobús: hacía tiempo que no leía por la calle.

Otro fragmento:

¿Quién ha dicho que no se puede empezar de cero cuando todo el mundo sabe que eso es lo que pasa cada vez que suena el despertador, cada vez que te echan del trabajo, cada vez que te divorcias, cada vez que los hijos se van de casa, cada vez que creces? Oh, no, dicen los avispados, porque para bien o para mal has acumulado experiencia. ¿Has acumulado experiencia? ¿Alguien conoce a uno que haya acumulado esa cosa? ¿Desde cuándo se acumula la experiencia? ¿Qué es la experiencia, una cuenta de ahorro? Cielos, en ese caso todos seríamos inmensamente ricos allá por los catorce o quince años de edad. Más bien da la impresión de que la experiencia no es una cuenta de ahorro, sino una cuenta corriente en la que no te dejan ingresar, sólo sacar. Al principio parece un regalo. Después resulta que administrabas una quiebra encubierta. La experiencia sólo es cansancio (...).

Bendita biblioteca.

domingo, abril 17, 2005

Antonio gamoneda (II)

Leímos algunos fragmentos de Arden las pérdidas. Después de buscar sin éxito una antología completa de Gamoneda, di con la recopilación Esta luz, de Galaxia Gutenberg, que recoge los libros escritos por el poeta entre 1947 y 2004.

Me hubiera gustado leerle hace muchos años, cuando me preguntaba por el sentido de la vida, cuando me desvelaba pensar en la muerte como la extinción absoluta del ser. Busqué la respuesta en los existencialistas, pero no sé si ellos no la tenían o yo no supe verla; tal vez no era el momento. Encontrar a Gamoneda fue como encontrar por fin mi lugar desde el que podía asimilar mi visión de la no trascendencia. Habrá muchas lecturas; es probable incluso que la del autor no coincida con la mía. Para mí es un encuentro valiente del poeta con la muerte, que se para a dialogar con ella y su angustia cuando siente que ha llegado la vejez (no la última hora, pero sí el momento de mirar atrás y preguntarse qué vendrá, de preguntarse si está preparado, la necesidad de elaborar sus sentimientos hacia lo que llegará). Recojo unas líneas de la última parte, Claridad sin descanso. La numeración de los fragmentos es mía.

(I)

Mi pensamiento es anterior a la eternidad pero no hay eternidad. He gastado mi juventud ante una tumba vacía, me he extenuado en preguntas que aún percuten en mí como un caballo que galopase tristemente en la memoria.

Aún giro dentro de mí mismo aunque sé que voy a caer en el frío de mi propio corazón. Así es la vejez: claridad sin descanso.


(II)

Así las cosas, ¿de qué perdida claridad venimos? ¿Quién puede recordar la inexistencia? Podría ser más dulce regresar, pero

entramos indecisos en un bosque de espinos. No hay nada más allá de la última profecía. Hemos soñado que un dios lamía nuestras manos: nadie verá su máscara divina.

Así las cosas,

la locura es perfecta.

(III)

Qué

estupidez tener miedo al borde de la falsedad y qué cansancio

abandonar la inexistencia y

morir después todos los días.



(IV) El último poema del libro:

Siento el crepúsculo en mis manos. Llega a través del laurel enfermo. Yo no quiero pensar ni ser amado ni ser feliz ni recordar.

Sólo quiero sentir esta luz en mis manos

y desconocer todos los rostros y que las canciones dejen de pesar en mi corazón

y que los pájaros pasen ante mis ojos y yo no advierta que se han ido.


Hay

grietas y sombras en paredes blancas y pronto habrá más grietas y más sombras y finalmente no habrá paredes blancas.

Es la vejez. Fluye en mis venas como agua atravesada por gemidos. Van

a cesar todas las preguntas. Un sol tardío pesa en mis manos inmóviles y a mi quietud vienen a la vez suavemente, como una sola sustancia, el pensamiento y su desaparición.

Es la agonía y la serenidad
.

Quizá soy transparente y ya estoy solo sin saberlo. En cualquier caso, ya

la única sabiduría es el olvido.



© Antonio Gamoneda, 2004

Antonio Gamoneda (I)

Supe de Gamoneda en un taller de poesía con Luisa Castro. No creo que ella pretendiera enseñarnos a escribir poemas, ni nosotros aprenderlos. Su mejor enseñanza fue que el poeta debe ser sincero y desnudarse ante los hombres. Lo expresó con su experiencia y con las palabras de Saint-John Perse:

Y el Poeta también está con nosotros, sobre la calzada de los hombres de su tiempo.
Yendo al tren de nuestro tiempo, yendo al tren de este gran viento.
Su ocupación entre nosotros: poner en claro los mensajes. Y la respuesta en él dada por iluminación del corazón.


El Poeta de Perse es sensible a un mensaje apenas audible para el resto. No es una situación de privilegio, sino el dolor de escuchar todos los sonidos, la necesidad de recoger las sensaciones y volcarlas en sus versos. Lo imagino entre hombres que caminan, herido por la necesidad de expresarse.